domingo, 25 de enero de 2009

Dos padres

1. • Will y U.B se quieren. Will y U.B. adoptaron a Stassa y salieron de EEUU después de que se les anulara la boda. Eligieron Barcelona para educar a la pequeña y vivir en un entorno tolerante.

TEXTO: CATALINA GAYÀ


Hace un mes, en una de esas tardes en las que los padres esperan a los niños a la salida de la escuela, uno de los compañeros de Stassa, de poco más de cinco años, le espetó a la pequeña: “¿Dónde está tu madre?”. “Yo tengo dos papás, daddy (papito) y dad (papá)”, respondió ella con toda naturalidad. El niño miró fijamente a Will y a U.B. y sentenció: “Yo también tengo dos padres”. En ese momento, la madre de ese niño, que hablaba con Will y con U.B. frente a la escuela de los pequeños, sólo alcanzó a hacer un gesto no identificable entre el regaño y la broma. Will y U.B. soltaron una carcajada. Stassa y su amigo, por supuesto, siguieron jugando sin profundizar en más debates de adultos.

Will y U.B. son pareja desde hace 11 años y padres de Stassa desde que la pequeña estaba en el vientre de la madre biológica, quien los “escogió” como los padres del bebé que iba a tener al cabo de tres meses. El proceso de adopción se produjo en San Francisco, en la ciudad en la que Will y U.B. se conocieron y vivieron durante nueve años. Por entonces tanto Will como U.B. pensaban que ése era un buen lugar para educar a su hija, para trabajar –Will fue conservador jefe del Museo de Arte Moderno de San Francisco entre 1991 y 1999 y U.B., un reputado artista– y para luchar por los derechos de las parejas gays.

Claro que en 2003, cuando la pequeña Stassa entró en sus vidas, George Walker Bush aún no había sido reelegido como presidente de Estados Unidos y la pareja no había tenido que ver cómo un tribunal de California invalidaba su matrimonio tras seis meses de estar casados legalmente por el alcalde de San Francisco.

Cuando Will y U.B. decidieron adoptar a Stassa –el nombre proviene de Anastasia, una amiga griega de la pareja– su vida era sencillamente otra. Vivían en una metrópoli estadounidense que para muchos era y es la abanderada de las libertades individuales y de los derechos de las parejas gays. De hecho, ellos fueron una más de las centenares de parejas homosexuales que, desde el 12 de febrero hasta el 11 de marzo de 2004, se casaron en San Francisco aprovechando la legalización del matrimonio gay por parte de la Corte Suprema de California. U.B. no duda un segundo en recordar la fecha exacta de esa primera boda: el 13 de febrero de 2004. Will anuncia la anulación con una mueca de fastidio y dolor: el 12 de agosto el Tribunal Supremo del Estado de California anulaba su matrimonio y el de casi 4.000 parejas más.

Will y U.B. forman ahora con Stassa una familia que desde hace dos años vive y trabaja en Barcelona. Will sigue con su trabajo como consultor independiente en el cuidado de colecciones de arte y desarrolla su faceta como fotógrafo. U.B. prepara una serie de relicarios desde un estudio del Raval. Stassa habla con sus amigos en catalán –“es como si tuviera una lengua secreta que nosotros aún no entendemos”, se ríe Will–, en castellano cuando quiere, en inglés con sus padres y en griego en ocasiones, ya que viajan muy a menudo a Grecia.

¿Qué pasó para que una pareja de exitosos artistas e intelectuales estadounidenses recalara en Barcelona? Sencillamente quisieron una vida mejor para su hija. “Estados Unidos es un país que no tiene los mismos valores que nosotros, todo está basado en el consumismo, en tener un coche, en tener cosas materiales. Nosotros no queríamos eso para Stassa e hicimos lo que muchos decían que harían: salir de Estados Unidos hartos del conservadurismo y de la represión y establecernos en Europa”, explica Will.

“Hasta la elección de Obama había un clima político que generaba miedo. Los grupos religiosos como los mormones hacían que la gente tuviera miedo a los gays. Ahora veremos qué pasa”, añade U.B. ¿Por qué Barcelona? “Lo tiene todo. En muchos sentidos es muy parecida a San Francisco. Es una ciudad cultural y, sobre todo, tiene la escuela que queríamos para Stassa, un colegio libre en el que se enseña a los niños a ser libres y a ser ellos mismos, a desarrollarse como individuos y según las necesidades de cada uno”.

Atravesar el Atlántico y establecerse en una ciudad mediterránea no fue un proceso rápido. Fue un viaje que tuvo varias etapas. Recalaron en varias ciudades. En uno de los muebles del salón de Will y U. B. se ve una pequeña casa victoriana –uno de esos souvenires kitch que los miles de turistas que visitan cada año San Francisco ponen en su comedor– y que, en cierto modo, desentona con la exquisitez de la casa. Muebles funcionales, modernos, tonos negros. Sol a raudales y vistas a los tilos de Rambla Catalunya y al cielo mediterráneo en esa Barcelona con edificios art noveau o avantgarde. De repente, Frida, una perrita boston terrier, aparece por la puerta y sube con pereza al sofá, se estira y se duerme. El sol barcelonés la hace entrar en un proceso de hibernación.

Will la regaña mientras coge la réplica de esa casa victoriana y la pone sobre un mesa de cristal: “Esa era nuestra casa en San Francisco”. En cierta manera, la presencia de esa casa en miniatura explica el principio del largo viaje que hizo que la familia recalara en Barcelona.

En enero de 2005, Will y U.B. vendieron esa casa de cuento y se trasladaron a Roma. Esa fue la primera escala, el primer puerto del viaje. Reputado consultor independiente en cuidado de colecciones con especialización en pintura moderna, Will acababa de ganar una beca de conservación Booth Family Rome Prize de la Academia Americana. Los seis meses que estuvieron en Roma los acercaron como artistas –U.B. inició en la capital italiana una serie de relicarios y Will empezó a explorar con la reproducción de fotografía digital con imágenes religiosas sobre pétalos de rosa, al estilo de los milagros mexicanos– y les acabó de reafirmar que querían crecer como familia en Europa.

En la habitación de Will y U.B. se ve una obra titulada Relicario del Sagrado Corazón. Esa pieza inquietante lleva la firma de los dos y consolida su unión como artistas. La cajita preciosa en forma de relicario, obra de U.B., custodia un pétalo de rosa que tiene en el centro la imagen de un sagrado corazón de Jesús, obra de Will.

El relicario data de 2005. Faltaban sólo unos meses para que la pareja llegara a España. En 2004, Will había presentado en el Museo Guggeheim, en Bilbao, la muestra Un Picasso escondido, el resultado de una investigación realizada junto con la conservadora de la National Gallery de Washington, que demostraba que tras uno de los cuadros de la exposición –Rue de Montmartre, una de las piezas de un joven Picasso que acababa de llegar a París–, subyacía una obra de gran parecido a Le Moulin de Galette.

Era octubre de 2004 y en ese viaje Will aún no sabía que dos años después viviría a sólo 600 kilómetros de Bilbao. Claro que Barcelona no fue la primera opción para la pareja. Los llamaba el sur, Andalucía, el carácter andaluz, las playas gaditanas, una ciudad con historia como Sevilla. En abril de 2006 buscaron casa y escuela en Sevilla. No encontraron lo que querían. Sobre todo, no localizaron escuela para Stassa. Probaron en Alicante. Nada. Fue el colegio de Stassa lo que les hizo recalar en Barcelona. El tercer y, de momento, último puerto.

El verbo recalar toma mucho sentido en la historia de esta familia. Will y U.B. se conocieron en el barco que U.B. tenía amarrado en Bodega Bay, en California, y los dos destacan el mar cuando se les pregunta qué les gusta de Barcelona. Claro que también mencionan Sitges y la Costa Brava, los vinos, el clima y la comida. En mayo de 2006, encontraron, por fin, la escuela para Stassa. La matricularon y se fueron a pasar un tiempo a una isla griega. En septiembre regresaron a la capital catalana y empezó la búsqueda de la casa. Reemplazar esa casa victoriana de tres pisos, con torre y decenas de ventanas, era aparentemente difícil en Barcelona. “Queríamos un edificio emblemático, en un lugar céntrico. Barcelona es una ciudad para caminar, para ir en bicicleta, en transporte público”, dice U.B. Consiguieron un piso en el Eixample izquierdo, en un edificio en el que se conocen todos los vecinos y en el que el portero reconoce a la gente con sólo dos visitas. “Voy a casa de Will y U.B.”. Miguel, el portero, asiente. Conoce muy bien a la familia.

ENLACE INOLVIDABLE
Es quizá el 11 de octubre de 2008 la fecha que ancla a la pareja a esta ciudad. No saben dónde estarán en unos años, pero entre sus fechas memorables perdurará ese día de otoño que se casaron en el pabellón Mies Van der Rohe, el edificio que creó Mies Van der Roe en 1929 y que fue el pabellón nacional de Alemania para la Exposición Universal. Para hablar de la boda tanto Will como U.B. se refieren al “big event (El gran acontecimiento)”.

La página web que utilizaron como invitación muestra que la fiesta fue precisamente “grande”. Tres días de celebración: el 9 de octubre, un cocktail con muchos de los 135 invitados llegados de todo el mundo en el hotel Axel; un pica-pica en su casa al día siguiente, y el sábado, la gran boda. “Nos prometimos en París en 1998. Nos casamos en San Francisco en 2004 y nos descasaron en San Francisco ese mismo año. Ahora sí lo haremos. Se va a celebrar una boda y va a haber una fiesta”, se lee en la web.

Fue U.B. quien conoció el pabellón. Había ido con Stassa a la fuente mágica de Montjuïc y vio que ese espacio era ideal para una “gran boda”. Los preparativos llevaron varios meses. Barcelona es una ciudad ya preparada para las bodas gays: en una sastrería especializada en parejas de hombres encargaron los trajes y el pastel lucía como figuritas dos hombres de frac. La ceremonia fue una reivindicación de que, pese a haberlos descasado, ellos sí querían formalizar su compromiso. Los anillos, por supuesto, los entregó Stassa.

Tras la boda, tres días con los invitados en la Costa Brava, con visitas a la casa de Dalí, en Port-Lligat, y excursiones programadas. Durante ese viaje se tomó una foto que es un retrato de la familia posmoderna y líquida: los invitados de la boda en un barco de pescadores de la Costa Brava. Will sostiene sobre sus hombros a Stassa y a su lado está U.B. Los tres están rodeados de amigos que, durante esos tres días en la Costa Brava, tenían un rol asignado: el tío, la tía, la sobrina, el primo. En la foto, todos saludan al fotógrafo. Luego los tres, de luna de miel en Venecia.

El hecho de poder casarse legalmente fue otra de las razones por las que escogieron España como país de residencia. “Aquí permiten las bodas entre dos personas del mismo sexo. Sólo las toleran en países como Canadá, Holanda y Bélgica, y preferimos España”, explica U.B.

Tener una niña había sido el sueño de ambos. U.B., de 45 años, nació en Texas y Will, de 57, en Pennsylvania. “No hay muchas familias como nosotras, pero nunca nos hemos sentido discriminados”. ¿Es fácil para dos hombres criar a una niña? “Nosotros decidimos libremente tener a Stassa y lo hacemos lo mejor que sabemos, como cualquier familia”, explica Will, al que la niña llama “papá”. A las 10.30 de la mañana, Will llega a su casa con un pequeño monopatín rosado bajo el brazo. Ha acompañado a Stassa a la escuela. U.B. –a quien Stassa llama daddy– está a punto de salir hacia el estudio en el que trabaja, en el centro de Barcelona. Regresará poco antes de que lo haga Stassa. En una de las fotos de la página web que crearon para la boda se ve a la familia al completo. Stassa, Will y U.B. En la foto se observa una gran maleta antigua. Para los invitados a la boda es la manera de animarlos a que tomen un avión. En Barcelona, en una maleta muy parecida a esa, Stassa guarda la ropa de mujer con la que, de vez en cuando, se disfraza. “Como cualquier otra niña quiere disfrazarse y, por supuesto, tiene nuestra ropa. Pero decidimos crear un juego, comprarle ropa de mujer y ponerla en esa maleta antigua, de viaje”, explica U.B.

Hay una calle en el centro del Raval que huele invariablemente a sopa, a esa sopa que hacían las abuelas y que parece guardar un secreto de sabiduría no desvelado. El misterio aún es más turbador porque en esa pequeña calle no hay rastro de ningún restaurante. La sopa se huele desde muchos balcones de los que también cuelgan ropas de todo el mundo. Unos vaqueros universales, un sari rosado, un vestido negro que recuerda a una viuda gitana. En esa calle del Raval aún canalla y popular, U.B. tiene su estudio. Explican los dos que no les costó mucho trabajo ni conseguir piso ni estudio en Barcelona: encontraron lo que buscaban. Un piso en una zona tranquila y acomodada; un estudio en una zona socialmente hiperrealista.

U.B. trabaja en una serie de relicarios. Los dos se educaron como protestantes y el catolicismo les causó una gran impresión mientras vivían en Roma y, tres años después, aún marca su vida como artistas. ¿Cómo explicar que un estadounidense, de Texas, de Midland, el mismo pueblo de George W. Bush, fascinado por Grecia, donde vivió dos años, gay y con una hija hace relicarios? La respuesta: “Cuando era pequeño la maestra me dijo que Jesús hablaba en inglés. Luego, mi madre me respondió que en hebreo. Aprendí rápidamente que había algo de mentira en la religión”, explica U.B. Will, a su lado, asiente.

En la misma página web nupcial Will confiesa que U.B. hizo que él recuperara el sentido del humor y que dejara de verse como alguien tan importante. Con el monopatín rosado de Stassa, se ve como un padre más. En la mesa de la entrada unas figuritas de plastilina y unas estrellas de colores son la última creación de la pareja. Nada de religión, nada de avantgarde, nada de Picasso, nada de museos. Un juego para Stassa y sus amigos. Quizá la pandilla llegará en la tarde y jugará con su lengua secreta –en catalán– mientras Will estará conectado a Internet y coordinará un proyecto de preservación de murales en las calles de Estados Unidos. U.B. estará a punto de llegar de su estudio del Raval.

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