- • Las agresiones crecen mientras se derrumban los tabús soviéticos
BARCELONA
El trayecto no está exento de riesgos, pero Zhenia Adramov, fotógrafo de 27 años, se resiste a renunciar a sus alegres noches sabáticas de discoteca y bailoteo en Propaganda o Tri Abezhiany (Los Tres Monos), dos de los clubs gais más concurridos y populares de Moscú. Pese a que hace solo dos semanas, amigos suyos fueron atacados y robados cuando regresaban a casa tras una velada discotequera, su aspecto ordinario y su forma de vestir sin estridencias --"no parezco homosexual", explica-- hacen que Zhenia se sienta relativamente a salvo en unas calles en las que es palpable la hostilidad hacia las personas atraídas por su propio sexo.
"Es mejor ocultarse o pasar desapercibido", explica desde Moscú en una entrevista telefónica. "Los criminales saben que los gais tenemos dinero, llevamos ropa de marca y buenos móviles; nos atacan porque saben que somos un buen objetivo", relata.
Más locales y asociaciones
Tras el derrumbe de la Unión Soviética, un buen número de homosexuales rusos, en especial en las grandes ciudades, dejaron de llevar una doble vida y comenzaron a abrir locales, asociaciones y saunas. Año tras año, a una velocidad de vértigo en comparación con otros países del entorno postsoviético, los gais rusos y en particular los moscovitas se iban quitando de encima complejos y adquiriendo mayor visibilidad. A finales de los 90, la relativamente pequeña comunidad homosexual de Moscú (pequeña para una megalópolis europea de 10 millones de habitantes), compuesta principalmente por expatriados occidentales e individuos de buena posición económica vinculados al sector de la moda, vivía en una chispeante burbuja de frivolidad, hasta cierto punto ajena a las derivas políticas y las turbulencias económicas que padecía el país durante los últimos coletazos de la presidencia de Boris Yeltsin.
Pero en los últimos años, las cosas han comenzado a cambiar. Mientras se experimentaban algunas mejoras en las costumbres sociales --"cada vez más parejas homosexuales se van a vivir juntas", apunta Zhenia-- han crecido los ataques y las agresiones a gais en una sociedad no acostumbrada a que esta minoría goce de semejante visibilidad social. "Aún no podemos besarnos en la calle, porque la sociedad aún no está preparada para ello", se lamenta Zhenia. "¿Ni siquiera en la calle Tverskaya?" el centro neurálgico de la ciudad. "Ni siquiera; es peligroso", responde.
"Las cosas no están tan mal; en Moscú hay nueve locales para gais y cuatro saunas; la vida gay aquí no ha hecho más que comenzar", apunta Eduard Mishin, director de la página web www.gay.ru, una de las más visitadas. Eduard matiza la afirmación de Zhenia de que no es posible besarse en la calle. "Sí que lo podemos hacer en el centro; pero a medida que te alejas, es más arriesgado".
Sin complejos
Sacha Kravchenko vive su homosexualidad sin complejos. Con 21 años y una intermitente carrera de bailarín, aún no ha logrado emanciparse de su familia. "En mayo, Dima, un amigo mío, fue atacado y le robaron dinero porque era gay; pero fue en un barrio muy degradado", explica. Revestido ya de piel de elefante pese a acabar de salir de la adolescencia, ni siquiera hace caso de los insultos de las pandillas de borrachos envalentonados cuando, un viernes o un sábado por la noche, se dirige hacia Propaganda o Tri Abezhiany. "Me llaman loj adjetivo despectivo de difícil traducción, pero yo no hago caso", explica.
La celebración de la manifestación del Orgullo Gay en Moscú, prohibida en repetidas ocasiones por las autoridades locales, está en el centro de las conversaciones. Ni siquiera muchos de los homosexuales rusos están convencidos de que semejante acto sea lo más adecuado para reivindicar sus derechos, dada la homofobia de amplios sectores de la sociedad. "Creo que el alcalde Luzhkov ha hecho bien; la sociedad aún no está preparada para ello", afirma, repitiendo exactamente el mismo argumento que Zhenia, lo que evidencia que se trata de una idea recurrente en la comunidad homosexual. "Si se celebrara el Orgullo Gay, habría mucha sangre", añade. Sacha recuerda con temor los incidentes entre pandillas de hooligans cada vez que el equipo nacional ruso logra una victoria. Y es que entre tanto nacionalismo, la hora de la liberación aún no ha llegado para los gais de Rusia.
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